miércoles, 20 de enero de 2010

El árbol de los sueños


Lo hice, sí, lo hice, y no me arrepiento de nada. Ningún Dios ni ningún hombre podrán juzgarme ni censurarme, nadie de los que asistieron impávidos justificando su pasividad con millones de excusas puede siquiera ser escuchado. Mi desprecio hacia todos ellos es tan ardiente y destructivo que podría incendiar este asqueroso mundo y convertirlo gráficamente en el infierno que ya es para tanta gente como ella. Aún recuerdo su cara de ángel, sus preciosos ojos oscuros, negros como la más bella de las noches, sus labios, delgadas puertas franqueando el camino al edén, que se abrían de par en par con cada una de sus sonrisas inundando todo a su alrededor de un aroma de bondad y rosas. Su pelo, catarata de luz, que ahora llevaba siempre recogido para no provocar, para evitar sus reproches.... Nada de eso queda yá, solo un montón de carne informe, mezcla de sangre y coágulos, ni un remoto recuerdo de la cara de niña inocente que tenía. Sus delicadas manos, su inocente cuerpo escondido hace tiempo de las miradas ajenas, territorio exclusivo de su maldito carcelero, de su maldito dueño. Incluso al final de tanto sufrimiento, de tantas palizas, de tanta humillación sigue mostrando su bondad, incluso ahora, antes de sucumbir le perdona. Pero eso no es bondad, no, no puede ser bondad permitir a una bestia que destroce todo lo que es bello, que vomite su rencor y su inseguridad sin freno, que golpee hasta la extenuación a otro ser humano, claro que para eso hay que considerar al otro un ser humano.
Ella le perdonó,.. pero yo no, yo no le perdoné, ni le perdono, por eso no me arrepiento, cada golpe que le dí, cada gota de su sangre que esparcí por las paredes y por el suelo fué premeditada, con cada golpe veía la cara de ella frente a mí, con cada golpe iba reconstruyéndose, volviendo a ser lo que fué. Y golpeé, golpeé hasta que no quedó nada, y solo lamento no haber podido estar años golpeándolo, devolviéndole todo el dolor, todo el sufrimiento que ella tuvo que padecer durante toda su vida. Y cuando acabé con él salí a buscarlos a ellos, a todos esos cómplices silenciosos, a todos esos bastardos que sabiendo lo que en esa casa ocurría no hicieron nada, la dejaron a su merced, la condenaron a su castigo. Y uno por uno les hice pagar, y en una orgía de sangre acabé con todos ellos, uno a uno, y cuando no quedó nadie me fuí al monte donde de niños jugábamos juntos, ella y yo, y recorrí los árboles en los que nos subíamos, donde jugábamos a imaginarnos el futuro, donde soñábamos con un mundo feliz, y bajo nuestro árbol lloré, lloré de rodillas hasta que no me quedaron lágrimas, hasta que mi cuerpo dejó de existir, y se convirtió en polvo, y fué arrastrado por el aire, junto al suyo, lejos de tanto sufrimiento, lejos de tanta soledad, lejos de la humanidad......

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