martes, 29 de marzo de 2011

Él y Ella

.....Adán salió con el perro. Recostada en la penumbra de la cueva, Eva abrió un higo y miró su interior rosado y dulce, la carne y las pepitas rojas al centro. Mi cuerpo es diferente al del hombre, pensó, el líquido que sale de él cuando grita sobre mí es blanco. El mío es rojo y sale cuando estoy triste. Se acurrucó las piernas contra el pecho. No lograba olvidar las palabras de él culpándola de sus desgracias. Dolían como las piedras que desgarraran sus pies cuando subieron la montaña para lanzarse a la muerte de la que Elokim los rescatara. Estaba convencida de que la razón por la que los había rescatado era la misma por la que la había incitado a comer de la fruta del Árbol del Conocimiento: quería verlos vivir por sí mismos. Ella se lo había facilitado, pero Adán no quería comprenderlo. Más fácil culparla a ella que al Otro, que nunca se dejaba ver.
Después que se puso el sol, les asombró la claridad que envolvía la noche. Desde la cueva, las ramas de las higueras brillaban delineadas claramente por una luz cenicienta. Pensaron que la oscuridad estaba llena de agua y salieron a mirarla. De una lado a otro de la bóveda celeste, la noche límpida tras la lluvia les recordó la superficie del mar. En lo alto, un astro redondo, luminoso y pálido pendía ingrávido y sonriente.

- Se ve hermoso el sol apagado - dijo Adán.
- No es el sol. Es la luna. Por eso estoy sangrando.
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo sé -siguió Eva-- Sé que dentro de mí hay un mar que la Luna llena y vacía.

El infinito en la palma de la mano. Gioconda Belli

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