martes, 1 de junio de 2010

La parca

Esta es una de las acepciones para llamar a la innombrable, a aquella que nuestra educación judeocristiana tanto nos ha hecho temer, la muerte, la guadaña, el final.
Nos pasamos toda la vida temiéndola, con pánico incluso de mentarla, muchas veces empleando tanto esfuerzo en hacerla desaparecer que perdemos incluso de vista el mero hecho de vivir, quizá la mejor manera de alejarla, o al menos de no temerla, llegar a ella con la tranquilidad y la satisfacción vital suficiente para mirarla a la cara y decirle, "no te temo", "puedes llevarme", "ya hice mucho de lo que quería hacer".
Mi madre, que en los últimos años está alcanzando cotas de sabiduría vital que van camino de convertirme en Atreyu cada vez que llego a mi casa y la encuentro sentada en el sofá de la melancolía cuál Vetusta Morla moderna siempre me dice cada vez que la recuerdo lo joven que está:
- mamá nos vas a enterrar a todos, vas a vivir 200 años
- no hijo, ni quiero, con vivir bien los que me toque me basta.

Y cómo sabe de lo que habla, la pobre, porque está viendo a quién más quiera irse consumiendo poco a poco, no tanto en lo físico que por supuesto ocurre, sino sobre todo en lo anímico, en lo emocional,... en lo vital. Porque esta sociedad egoista que hemos creado relega a los mayores a un papel en el mejor de los casos servil, cuidando nietos que la vida de los estresados padres no permite cuidar (absurdo que siempre se acaba pagando). Y cuando esa función no existe los relega a un plano peor, el de carga, con todas las letras y sin paños calientes que endulcen nuestra mala conciencia, cargas que los hijos llevarán mejor o peor pero sus consortes "sufrirán" sin, en la mayoría de los casos, mostrar la más minima educación y respeto por gentes que llevan una vida entera viviendo para los demás.
No madre, yo tampoco quiero vivir 200 años, no en este mundo inhumano que hemos creado, no quiero tener que arrancarme espinas ni convertirme en una espina para nadie..


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