domingo, 5 de julio de 2009

Despedida

Marcos deja el vaso en la mesa, con dos temblorosos dedos recoge del cenicero ese extraño vehículo que le transportará a la melancolía, a la oscuridad, el acompañante perfecto para esa infeliz pareja formada por él mismo y su soledad. Aspira una profunda bocanada como intentando absorver el mundo, y con él su tristeza.
En la ventana una enorme luna con su triste sonrisa le mira desde la distancia, silencioso espectador de su autodestrucción, pero él no puede verla, desde que Penélope se fué sus ojos han dejado de ver luz, sus oídos solo escuchan el crepitar de su alma, devorada por la llama del remordimiento, de la culpa y de la pena. El mundo se ha convertido en un lugar inhóspito, indeseado, continuo recuerdo de lo que tuvo y perdió, de lo que existió y desapareció. Así que se esconde en su hogar, ese antiguo molino que durante infinitos felices días fue refugio del amor, de las confesiones entre susurros, de los gemidos entre caricias. Ese antiguo molino que lo guarda ahora como un tétrico sarcófago, último paso antes de abandonar. Los acantilados por los que pasearon su amor son ahora afilados cuchillos que le devoran el alma, las olas que acunaron sus noches de pasión le recuerdan en la noche su inabarcable amargura, su inevitable final.
Solo la lectura le acompaña en estos días, Byron, Poe,… son sus amigos en la noche, oscuros compañeros que alimentan sus pesares.
Tras apurar el porro se abandona a la melancolía, cierra los ojos y se recuesta en el sillón, solo la luz mortecina de una vela delata la escena que allí transcurre. ¿Cuánto tiempo pasó hasta que escuchó esa voz? Nadie podría saberlo, solo sabemos que la escuchó, en su oído, como un susurro, esa voz sin género, sin edad, esa extraña voz que en cambio le resultaba conocida, cercana, estaba seguro de no haberla oído nunca y al mismo tiempo le resultaba sobrecogedoramente familiar. Torpemente consiguió girarse y ver sobre el respaldo del sillón algo que le heló el alma, ¿cómo había llegado hasta allí? Y lo que es más extraño, ¿como un cuervo podía hablarle?, pero en realidad no le hablaba, al menos no como estamos enseñados a verlo, su pico no se movía, ningún sonido salía del animal, pero por inexplicable que parezca en su mente lo oía, con una claridad absoluta se formaban las palabras y las frases en su mente: “ Eres patético, ¡mírate!, no vales nada, aún menos que nada. Sin ella no eres nadie y lo sabes, ella era lo único que daba sentido a tu miserable vida”, “no puedes engañarte igual que no puedes engañarme, solo postergas el momento final, ¡serás cobarde hasta el último segundo de tu insignificante existencia!”.
A pesar de lo extraño de la situación, o quizá debido a eso, las palabras del cuervo desgarraron su corazón como afilado cuchillo, ¿a quién quería engañar?, su mundo se iba ido al carajo, sin ella las fiestas dejaron de divertirle, los amigos dejaron de llamarle, ya no era divertido, su sola presencia en una fiesta provocaba el tedio en todos los asistentes, si, no podía engañarse más, con ella se fue su razón para vivir, ahora solo se arrastraba por este mundo esperando una salida que no encontraba, y que quizá estaba mucho más cerca de lo que pensaba.
Tambaleándose se acercó a la ventana, la vista era sobrecogedora, desde lo alto del molino podía ver las olas rompiendo contra el acantilado empujadas por ocultas fuerzas que le llamaban en la oscuridad, en lo alto la luna llena iluminaba la noche, marcando una frontera entre el mundo conocido y la tenebrosa oscuridad.
Abrió la ventana e inmediatamente pudo sentir la brisa en su pecho, sus cabellos alborotados se le clavaban en los ojos,…. El cuervo se apoyó en el alféizar, miró hacia abajo, había una gran caída y al final de ella le esperaban unas robustas rocas, amenazantes…. “Házlo, cobarde, acaba con esta ignominia de existencia, ¡libérate!”.
Marcos abrió la ventana, la luz de la luna inundó la estancia, miró abajo, adelante, ya no había marcha atrás, la hora había llegado. Ahora podía comprenderlo todo, las señales no dejaban lugar a dudas. Todo ocurrió en unos segundos, un cuerpo cayendo, el crujir de los huesos contra las rocas inundando la noche, unos ojos mirando hacia el cielo, unos ojos que no mostraban miedo, ni pena, ni tristeza,… solo incredulidad.
En lo alto una ventana que se cierra, y unos ojos que miran al fondo a través del cristal, observando el pequeño cuerpo despedazado, la sangre tiñendo las plumas y los ojos mirándo al infinito. Volvió al sillón, apagó la luz y se abandonó al sueño….

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