martes, 27 de diciembre de 2011

Pasado, presente, memoria...

El pasado siempre vuelve, decía alguien que no recuerdo. El pasado, para algunos tan presente e importante; para mí en cambio el pasado simplemente fué, en otro tiempo y en otro espacio, con otros actores que a día de hoy no existen, porque quienes fuimos nunca volveremos a ser y quienes fueron con nosotros se perdieron en el limbo de la memoria, memoria que no es historia sino interpretación, memoria que fija recuerdos en nuestra mente de los que no podemos fiarnos absolutamente, como dice Eduard Punset:

"Ahora bien, que nadie se lleve a engaño. La memoria está bien pertrechada para darnos una idea general de lo que ocurrió y hasta de lo que puede volver a suceder;
pero es tremendamente imprecisa"

Es por eso que tratar de enfrentar o confrontar interpretaciones de hechos que sucedieron hace mucho parece una quimera con pocos visos de llegar a buen puerto, puesto que aquello sobre lo que se quiere discutir dejo de existir como tal, y posiblemente ninguno de los testigos y mucho menos los que no lo fueron puede pretender saber "realmente" lo que entonces ocurrió, y el porqué de esos hechos.
Tiene en cambio un efecto positivo, obliga a recordar, a tratar de colocarse de nuevo en unos sentimientos, unas emociones que hace eones que desaparecieron, y eso nos conecta, en parte, y de manera no muy fiable, con lo que fuimos, y sobre todo, con lo que nos hizo cambiar y pasar a ser otra cosa.
Ese ejercicio de memoria al mismo tiempo nos separa del resto, puesto que demuestra
primero, que cada uno recuerda una historia, y esa es personal e intransferible y
segundo, que cada uno cuenta su historia (quienes deciden hacerlo) y los demás crean
su propia historia a través de la subjetividad de la historia que escucharon, y esto,
como en aquel juego de nuestra infancia, "el teléfono escacharrado" acaba derivando
en historias surrealistas que en ocasiones poco tienen que ver con esa "historia real".
Es por eso que cada vez tengo más claro que lo que nos une a la gente, lo que nos
puede mantener juntos, no son las historias, no son los recuerdos, no son las palabras,
sino las emociones, los sentimientos, la certeza de que puedes confiar en el otro,
de que crees en sus razones, pese a que no las entiendas o las compartas. La confianza
en que los malentendidos tienen que ver con las interpretaciones y no con las intenciones.
Porque cuando eso falta, falta el sustento, el armazón, sobre el que se construyen
las relaciones, y sin eso sencillamente dejan de tener sentido.
Como me dijo un día mi sabia madre, "hijo, ya sabes que preferiría que fueses de
otra manera, pero si tu eres feliz asi....", pues si madre, soy feliz por ser así,
y porque los que me quieren, como tú, sean capaces de respetarlo... aunque no lo entiendan.

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